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Asia, Cultura y sabiduría, Viajes en familia

La Ruta de la Seda: los nuevos rincones por descubrir

Un desierto desconocido de miles de kilómetros que se convirtió en la autopista del mundo y que asentó su cruce más importante en un destino, Uzbekistán. Situado en Asia Central, la Ruta de la Seda convirtió este país de medio millón de kilómetros cuadrados en el epicentro de la ruta comercial más importante durante siglos.

Un sendero que se extendió desde las frías colinas chinas y nepalíes, pasando por el desierto de la Asia más árida hasta llegar a Europa y el Norte de África y que dejó su sello en sus tierras. Una ruta extremadamente difícil que, con la llegada de las nuevas rutas marítimas y aéreas, fue lentamente olvidada.

Uzbekistán fue durante siglos hogar para nómadas y ahora resurge de sus cenizas para convertirse en el destino cultural perfecto para conocer los entresijos de la historia de la humanidad. Iniciando su historia desde la conquista de Alejandro Magno, la llegada de los turcos, la expansión árabe, la invasión rusa hasta su independencia en 1991 tras la disolución de la URSS.

Senderos pasados que dan sentido al presente

Uzbekistán fue zona de paso y pese a estar totalmente aislada del mar –hay que atravesar mínimo dos fronteras para ver agua salada– su localización la convirtió en el deseo de los grandes imperios. La Ruta de la Seda cambió la suerte de la tierra que hoy conocemos como Uzbekistán y estimuló el desarrollo de la cultura a través del intercambio entre etnias.

Un cruce cultural que todavía se percibe en sus calles y que es visible desde la primera toma de contacto en la capital, Tashkent. Centro económico y político del país, es la capital cultural del mundo islámico y cuenta con centenares de mezquitas donde conocer la verdadera esencia de la religión que se expande por gran parte de Asia.

Tashkent es el punto más al este de la larga ruta de la seda y que desde Bestours Viajes hemos diseñado para poder contemplar las tradiciones de un país de costumbres mezcladas entre su enorme desierto y sus bosques más verdes.

Las mil y una noches en cada parada

De la capital –el lugar más cosmopolita del país– volamos al oeste a la ciudad de Khiva. Tan alejada de toda forma de vida y civilización que durante siglos fue considerada un enorme oasis en medio del desierto. Lugar de parada obligatoria para todos aquellos comerciantes se convirtió en una parada imprescindible en la extensa Ruta de la Seda para aquellos que habían atravesado los dos desiertos que la rodean, Kara-Kum y Kizil-Kum.

Una ciudad de tonos suaves que nos lleva a la siguiente parada; Bukhara para muchos uno de los secretos mejor guardados del país al que ha eclipsado por la fama Samarcanda.

Bukhara, considerada ciudad Santa por el Islam y que debe su fama a uno de sus monumentos más entrañables: el Poi Kalon y que complementan la antigua fortaleza, el mausoleo de Ismail Samani o las madrasas de Chor Minor, Ulugbek o Abdul Aziz Jan.

Un conjunto arquitectónico que se inicia en el siglo V y que convierte a la ciudad en una urbe, simplemente, mágica.

Una magia que se extiende hasta la tercera parada y una de las más esperadas por todos los viajeros que viajan a Uzbekistán. Samarcanda: una de las ciudades más antiguas del mundo aún habitadas. Su nombre significa ‘ciudad rocosa’ y posiblemente el apodo le haya permitido sobrevivir a siglos de guerras, invasiones y fenómenos naturales en más de 2.700 años de historia.

 

Una rocosidad para sobrevivir de la que también se ha contagiado su arquitectura. Samarcanda es el hogar de los auténticos tesoros edificados de sus épocas más gloriosas. Patrimonio de la Humanidad desde 2001, es la ciudad de las cúpulas azules y con su monumento estrella, el Registán, sirvió de inspiración para construir una de las reliquias del mundo, el Taj Mahal. Ubicado en el antiguo corazón de la ciudad medieval, el Registán de Samarcanda es el ejemplo de la perfección arquitectónica árabe. Una parada obligatoria que poco tiene que envidiar a los monumentos de países vecinos más reconocidos.

La ruta de la Seda respira tradición, cultura y religión, pero también una atmósfera mágica en las cuatro grandes ciudades que estuvieron durante siglos marcadas en rojo en todos los mapamundis de los comerciantes que atravesaron Asia. Ciudades de azulejos claros, tonos café, un sol bochornoso de día y un cielo de estrellas abrumador de noche que permiten a estas cuatro ciudades – Tashkent – Khiva – Bhukara – Samarcanda– ser el escenario de cualquiera de los relatos del libro Las mil y una noches.

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